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LA ORACIÓN DE UN BOXEADOR
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La historia quizá no sea cierta; pero se cuenta que en cierto lugar un boxeador se convirtió al evangelio, y dejando las cuerdas del ring, se hizo predicador. En cierta ocasión en que se le hizo tarde para acudir a una cita cruzaba por un atajo para acortar el camino, de pronto le salió el dueño y con palabras duras le insultó y lo retó a pleito, no conociendo quien era. “Bien”, dijo el predicador, “vamos a pelear si usted gusta; pero permítame un momento, pues ha de saber que yo jamás hago algo sin antes orar”. Y diciendo y haciendo, ante la estupefacción del retador, se quitó el sombrero y comenzó a orar diciendo:
“Señor, tu sabes que fui boxeador, y sabes a cuántos les deshice los ojos y las narices a bofetones; tú sabes cuántas costillas quebré a golpes a mis contrincantes, y a cuántos mandé a la otra vida con sólo la fuerza de mis puños. No permitas que mate a este hombre, no dejes que se me vaya la mano y…”
“Basta ya”, le interrumpió el otro. “No es necesario que luchemos, pase usted por mi terreno las veces que quiera”, y sin más decir, se retiró presuroso. Por demás está decir que nuestro predicador siguió su camino tranquilamente y llegó a tiempo para predicar su sermón.
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